domingo, 27 de julio de 2008

«Ha llegado el momento en que todos los poetas tienen el derecho y el deber de afirmar que están profundamente sumergidos en la vida de los demás hombres, en la vida común... Hay una palabra que nunca he oído sin experimentar una gran emoción, una gran esperanza: la más grande, la de vencer las potencias de la ruina y de la muerte que gravitan sobre los hombres; esta palabra es: fraternidad... Los poetas dignos de este nombre se niegan, al igual que los proletarios, a dejarse explotar. La poesía verdadera está incluida en todo lo que no se conforma con esta moral, con una moral que para mantener su orden, su prestigio, no sabe hacer otra cosa que construir bancos, cuarteles, prisiones, iglesias y prostíbulos. La poesía verdadera está incluida en todo lo que libera al hombre de esta moral espantosa que tiene un rostro de muerte. La poesía está presente también en la obra de Sade, de Marx, o de Picasso, como en la de Rimbaud, Lautréamont o Freud. Está presente también en la invención de la radio, en la explotación de Cheliuskin, en la revolución de Asturias, en las huelgas de Francia y Bélgica. Puede estar presente tanto en la fría necesidad, la de conocer más, o de comer mejor, como en el gusto por lo maravilloso. Desde hace más de cien años, los poetas han bajado de las cumbres donde se creían estar situados. Han ido por las calles, han insultado a sus maestros, ya no tienen dioses, se han atrevido a besar en la boca a la belleza y el amor, han aprendido los cantos de rebeldía de las multitudes miserables y, sin disgustarse, tratan de enseñarles los suyos»

Paul Eluard

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